A mediados del siglo pasado las peleas de gallos eran una de las actividades más concurridas y disfrutadas por los colombianos. En la actualidad la tradición se ha perdido y en Bogotá son pocos los sitios en donde se siguen realizando esta clase de eventos. Retrato de los que aún dan su vida por los gallos.
De una jaula roja y otra azul salen Veloz y Sucux. Al principio solamente se miran y poco a poco se acercan el uno al otro. Parece que se estuvieran estudiando, como lo hacen los boxeadores. Pasa un minuto y aún no se han dado el primer picotazo. El público comienza a impacientarse. Los madrazos y quejas se empiezan a escuchar. Cuando el reloj medio minuto más, Sucux, de color café y blanco, toma la iniciativa y de una sola embestida manda a su contendor al piso. Veloz, también café pero de una tonalidad mas oscura, se para de inmediato y responde con un picotazo que da en la cabeza de Sucux. “Ahora sí comenzó la pelea”, dice Sua al ver que ambos animales alargan sus cuellos intentando herirse. A la mitad del encuentro los dos gallos se dan un fuerte golpe en la cabeza que los envía a ambos de nuevo al piso. El porrazo fue tal que pasados treinta segundos, ninguno de los animales se ha parado. Sua está impaciente, mira hacia arriba y cierra los ojos, como pidiéndole al espíritu santo que ayude a parar a su gallo. Las súplicas parecen haber dado resultado y Sucux, a diez segundos de cumplirse el minuto, se pone de pie y se convierte en el vencedor del desafió.